El largo vestido azul de Houda tiene una interminable fila de botones gruesos que, desde el suelo, desemboca en un rostro serio enmarcado por un fino velo. Sus ojos brillan como aquellos que, después de haber visto tantas cosas, tienen un fondo infinito. Durante dos semanas, Houda tiene permiso para salir del campo de refugiados en el que vive. Desde allí, se desplaza a Zarqa para recoger los materiales textiles con los que trabaja en laboriosos bordados de vuelta al campo.
El campo de Zaatari, en el lado jordano de la frontera con Siria, es el segundo más grande del mundo y acoge a casi 78.000 sirios que huyeron de la guerra; más de la mitad son menores de edad.
Houda y sus hijos huyeron de la ciudad siria de Daraa hacia Jordania hace 11 años pero no fue hasta 2018 que conoció a Mei y sus bordados comenzaron a convertirse en un alivio económico para la familia.
Mei, nacida en Japón, había estudiado diseño de moda en Nueva York y trabajado en Milán, donde las complicaciones burocráticas finalmente llevaron a la diseñadora a hacer la maleta, coger su máquina de coser y asentarse, casi accidentalmente, en el desierto de Jordania. “Me fascinó ese mundo beduino. Me lo estaba pasando muy bien aprendiendo árabe, montando en burro, vendiendo visitas guiadas a los turistas y sobre todo, viviendo en esa naturaleza increíble. Así que dije: ‘¿sabes? A Italia siempre podré volver’. Y nunca volví”.
En contraste con el sector en el que trabajaba en Italia, Mei decidió lanzar un pequeño negocio que incluyera a la población beduina pero, tras varios intentos fallidos, decidió mudarse a la capital jordana en 2013. Allí comenzó a trabajar con una organización japonesa, con la que impartía talleres de bordado.
“Las mujeres decían: ‘nos enseñas esta técnica maravillosa pero luego nos mandáis a casa. ¿Qué se supone que tenemos que hacer con esta técnica? Queremos hacer dinero, necesitamos tener ingresos’. Así que decidimos crear una marca”, dice Mei, que poco después comenzó a colaborar con otra organización en el campo de Zaatari.
Una vez los fondos de la organización se terminaron, Mei decidió continuar la actividad abriendo su propia marca: Tribalogy, que fusiona el bordado tradicional del Levante con el minimalismo del diseño japonés. “La técnica del bordado se usa mucho en esta región, especialmente en Palestina, donde cada localidad tiene un símbolo. Yo no quiero competir con eso porque es tradicional. Ya hay mucha gente haciéndolo”, apunta en el showroom de Amán, rodeada de cojines y bolsos bordados.
Mei utiliza patrones geométricos inspirados en las telas y alfombras beduinas, el bordado palestino y, al mismo tiempo, el bordado tradicional japonés (Sashiko) y tejidos nipones.
"La técnica del bordado se usa mucho en esta región, especialmente en Palestina"
A pocos kilómetros, en el taller de Tribalogy en Zarqa, Hanan, que lleva trabajando con Mei desde 2013, se encarga de comprobar que todas las piezas están bien manufacturadas y se asegura de que cualquier error sea resuelto a tiempo. “Mei tiene la idea y yo tengo el conocimiento técnico así que ella trae una pieza y trabajamos juntas en ella durante un tiempo. Luego yo enseño a las mujeres cómo producirla y después compruebo que todo esté bien hecho”, dice Hanan mientras da la vuelta a las costuras de un estuche de maquillaje.
La familia de Hanan es de Nablus, Palestina, pero debido al acoso israelí huyeron a Kuwait, donde ella nació. En 1990, las tropas iraquíes de Saddam Hussein invadieron el pequeño país del Golfo y la familia tuvo que volver a dejar todo atrás, esta vez hacia Jordania. Ella nunca ha pisado Palestina aunque espera poder hacerlo pronto. Mientras tanto, con una sonrisa genuina, agradece tener trabajo y poder darle una buena educación a sus hijos.
Alrededor de 25 mujeres de diferentes nacionalidades trabajan en Tribalogy. Lo hacen desde casa pero en ocasiones se reúnen en el taller de Zarqa para terminar algún pedido y recoger más materiales.
Shaima, una iraquí alegre a la que el resto de compañeras esperan con ansia para animar el ambiente, llegó a Jordania en 2004, tras la invasión de Iraq. “Empecé a trabajar aquí en 2020 porque necesitaban gente para sacar adelante un pedido grande de mascarillas. Antes solamente cocinaba y limpiada. No tenía nada para mí pero ahora tengo un propósito. Soy iraquí y no tengo educación superior, así que me es muy difícil encontrar trabajo”.
"Es un espacio para demostrar nuestras habilidades"
“Tampoco tengo la nacionalidad jordana porque todo el dinero que tengo de momento es para los estudios de mis hijos”, dice entre risas que llaman a las de las demás a subir los decibelios de la sala. A pesar de que la madre de Shaima es jordana, la ley del reino hachemita no permite que las mujeres pasen la nacionalidad a sus hijos. Ha de ser a través del padre.
Desde hace cuatro años, Tribalogy colabora con un instituto japonés donde el profesor de ciencias sociales presenta la labor de estas mujeres como catalizador de reflexión para sus alumnos: “¿qué puedo hacer yo, que tengo 15 años?”. Mediante videollamadas, los alumnos hablan con Mei y sus compañeras, que responden cadenas de preguntas sobre su trabajo y necesidades.
Houda hace énfasis en el impacto que Tribalogy tiene en su vida. “Es muy importante que, como mujeres, podamos ganarnos la vida. Esto nos da una oportunidad para trabajar desde casa, cerca de nuestra familia. Es un espacio para demostrar nuestras habilidades”.
No es fácil abrirse camino en una industria tan competitiva como la de la moda, especialmente tratándose de una organización sin ánimo de lucro, pero aunque aún es una marca pequeña, Mei apunta a que Tribalogy crezca para poder contratar a más mujeres en situaciones como las de Houda, Hanan o Shaima.
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