Inam despliega un generoso desayuno en una mesa con vistas al jardín. No es lo que se podría esperar de un desayuno iraquí. Hay pan sueco, queso de untar y mermelada, unos huevos fritos y algunas verduras crudas para acompañar. A pesar de haber nacido en Iraq, Inam Abdul Majed emigró a Suecia durante la Guerra del Golfo, en 1991. Allí tuvo una hija y se abrió paso en el mundo de la televisión.
Tras la invasión de Kuwait y el embargo contra el régimen de Saddam Hussein llegaron las tropas estadounidenses en 2003. Habían sido años extremadamente duros para Iraq y las fuerzas occidentales lanzaban falsos mensajes sobre la posesión de armas de destrucción masiva del gobierno iraquí. Inam aún seguía en Suecia, viéndolo todo desde la distancia.
“No quería que mi hija creciese en Suecia con una imagen errónea de su propio país”. “Dejé mi carrera como periodista allí. Quería volver a Iraq para mostrar que mi país no era lo que se proyectaba en Occidente. Por supuesto, cuando llegué me di cuenta de que las cosas estaban peor de lo que me imaginaba pero tenía recuerdos que no podía borrar porque habían ocurrido de verdad. Por ejemplo, recuerdo cómo cada noche preparaba mi cama en el tejado. Dormíamos ahí, sintiendo la brisa en la cara. Era maravilloso”, dice con los ojos brillantes.
"Estábamos a la par con París"
Es cierto que Iraq siempre tuvo fama de ser un país culto y sofisticado entre los países de Oriente Próximo. “El Cairo escribe, Beirut publica y Bagdad lee”, dicen. “La gente era muy elegante aquí. Estábamos a la par con París. Tan pronto como algo nuevo aparecía allí nosotros lo teníamos aquí. Hablo de la ropa, por supuesto, pero también de las casas, los muebles...”, dice señalando a los sofás de su salón.
“Después, durante las guerras, a la gente no le preocupaba todo esto. Necesitaban ropa barata, principalmente traída de Turquía o China. El sentido de la estética desapareció. Las nuevas generaciones han nacido después del régimen de Saddam y no han visto nada de esto. Ahora se dedican a copiar el estilo europeo pero simplemente lo hacen mal”.
“Cuando llegué, vi que mi casa familiar estaba infestada de imágenes religiosas en lugar de los cuadros que había antes. Recuerdo que tenía un jardín maravilloso pero durante los años que estuve en Suecia se había levantado un muro a su alrededor y todos los mosaicos que decoraban el suelo habían sido cubiertos con pegotes de cemento que cayeron durante la construcción. Nadie se había tomado la molestia de limpiarlo. No eran capaces de apreciarlo. Esta es una clara imagen de lo que le ha pasado al país: un mosaico cubierto de cemento”.
Entre tanto, Khalid, el empleado que limpia la casa, pasa para preguntar algunas cosas sobre las tareas del día. “Hora de hacer una pausa”, dice Inam.
Desde hace unos meses, Inam está al mando de la Casa Iraquí de la Moda, una institución creada en los años 70 por la Friyal al-Klidar. “He estado esperando siete años para conseguir este trabajo. Durante todo este tiempo me he estado preparando para ello. Tuve un gran espacio en mi canal de televisión pero quiero que se me reconozca como una mujer que ha hecho algo importante por el país”, dice golpeando la mesa firmemente con el dedo índice.
"Los iraquíes somos los dueños de la cultura mesopotámica. Somos mucho más que guerra y pobreza"
Para sorpresa de muchos, la Casa Iraquí de la Moda no es una cuestión de moda, según su directora. “Fue creada como una institución de contra-propaganda durante la guerra. Su misión es mostrar un Iraq diferente a la imagen de sangre y pobreza que Occidente tiene sobre nosotros”. “Hay problemas, sí, pero nunca se muestra que aquí hay gente culta, con clase, que nunca han abandonado el país”, añade.
“Los iraquíes somos los dueños de la cultura mesopotámica. Somos mucho más que guerra y pobreza. Mi intención con esta institución es revivir la identidad iraquí y crear una nueva a través de la moda”.
Cuando Inam asumió el cargo se encontró con una Casa extremadamente poco productiva. Su perspectiva occidental chocaba en ocasiones con la de sus empleados, que son unos 300. “En el pasado la casa había sido amueblada con mucho gusto por su fundadora y cuando yo llegué me encontré con un edificio en condiciones de mantenimiento muy precarias”, apunta.
Muchos de estos empleados no tienen siquiera una función específica. “En este país uno puede comprar un puesto de trabajo. Pagas y tu nombre entra en las listas oficiales. No necesito ni la mitad de los empleados que tengo pero intento mantener a todo el mundo ocupado. Parece que después de estos meses han empezado a comprender cómo funcionan las cosas conmigo y están contentos de venir cada día a trabajar”.
En Iraq, la corrupción es un problema común en todos los niveles de la cadena, no solamente en las altas esferas. Son pocos los que no esperan pagas extra y los presupuestos raramente cuadran o tienen sentido.
“Al principio tenía la sensación de que todo el mundo estaba tanteando el terreno conmigo para ver cómo de flexible soy, ya sabes a lo que me refiero. Finalmente, un amigo mío me dijo directamente ‘Inam, si no haces dinero para el Ministro no vas a durar aquí’”.
“Yo había planeado transformar este lugar. Me había dado dos años y ha resultado que en tres meses la diferencia es obvia. He conseguido manejar una institución sin corrupción en un país corrupto, con trabajo duro y amor”.
El desayuno se ha acabado y ahora el momento de preparar unos dulces en la cocina. Inam pica unas zanahorias, las mezcla con leche y miel y pone el mejunje al fuego. Mientras, machaca unos plátanos y añado coco rallado y chocolate fundido. Después de poner todo en la nevera, vuelve a sentarse en la misma silla de antes.
“Sabía que podrían asesinarme pero me había asegurado de que mi hija tuviera una vida decente y pudiera arreglárselas sin mí. Estaba dispuesta a llevar una vida peligrosa"
“Cuando volví a Iraq me sentí tremendamente ofendida como ciudadana por las políticas del gobierno de entonces, así que en 2014 decidí presentarme a las elecciones generales”, dice llevándose las manos hacia el dentro del pecho.
“Sabía que podrían asesinarme pero me había asegurado de que mi hija tuviera una vida decente y pudiera arreglárselas sin mí. Estaba dispuesta a llevar una vida peligrosa, sin guardaespaldas ni conductor privado”. “Me presenté a las elecciones solamente esperando a que alguien me pidiera contribuir al sistema corrupto o a cometer un primer error que me permitiera dimitir y dar ejemplo”, sentencia antes de dejar unos segundos de silencio mientras estira la espalda contra el respaldo de la silla gris.
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